Que
al que escribe le gusta la bici (en el más amplio significado de la palabra),
es conocido. Que el que escribe debe reconocer que le chiflaba ver a su hermano
mayor Miguel como entrenaba a diario, hiciera el tiempo que hiciera, por carretera
o en el rodillo de 3 rulos, con viento, lluvia, frío y calor…allí estaba mi
hermano, para mi "el más mejor". Yo “entendía” todo aquello perfectamente porque yo entrenaba con cierta
“seriedad” Atletismo (con mi otro hermano Jesús, otro personaje que merece una
entrada individual por todo lo que aportó en mi vida). Dobles sesiones cursando la EGB, sacrificio, fuerza de
voluntad, entrenos, competiciones, éxitos y fracasos...locura incomprendida para muchos, nuestro manera de entender la vida para pocos.
Los
años pasaron, y entre todos me inculcaron un amor por la bicicleta que a día de
hoy es un veneno, un dulce, amable y reconfortante veneno; que como tal me
tiene “envenenao”…
Sin
darme cuenta, fui cool sin saberlo, cuando era el único que iba al Instituto en
bici, con una “cool bike” de las “cool de ahora”; formada por despieces, singlespeed,
sin frenos (lo hacía con el pié en la cubierta trasera) y pintada de negro con
un spray grafitero. Luego, el veneno me empujó a pedirle a mi padre que me
“cediera amablemente” parte de mi beca de estudios para comprarme mi primera
“mountanbay”…una Kona Lava Dome ¡¡¡ y a partir de ahí, las 2 ruedas me atraparían.
Calculo que correría el año 1994…luego mi hermano Miguel “me cedió” (por
decirlo amablemente, porque me temo que se la tomé prestada para siempre) su
Razesa con tubería Reynolds para que entrenara en carretera. Me la “quedé” para
ir a la Universidad (así ahorraba el BUS al gasto semanal universitario, y mi
madre la mar de contenta y yo la mar de fuerte). Luego bicis, carreras, más
bicis y más carreras. Algún éxitos, más fracasos,
pájaras, caídas, retos, viajes…he sido el “mecánico oficioso” de todo el que me
conocía, he montado y desmontado bicis, ruedas y todo lo que no estuviera
pegado o soldado. Ahora tengo una bici de carretera, una de triatlón, una de
ciclocross, una de montaña y un engendro todo uso. Y ya va bien…
El
resto de mi historia sobre ruedas hasta ahora, es muy largo de contar, pero el
que me conoce ya se la sabe de una u otra manera, bien porque me ha
sufrido o bien porque me ha hecho sufrir, bien porque ha competido conmigo,
bien porque me ha acompañado en entrenos…en fin, un cansino amante de la
bicicleta y de todo lo que ella conlleva.
Pero
el otro día, casi sin querer queriendo, tuve la oportunidad de vivir una
experiencia casi religiosa, mística, inolvidable: montar a una persona “adulta” en una bici
(concretamente un tándem) por primera vez en su vida y sin caerse. Digo
“adulta” porque desde el primer momento tuve la sensación de llevar detrás a
una de mis sobrinas pero “tamaño adulto”; y digo sin caerse porque cada vez que lo intentó a solas, acabó en el suelo.
Las
gestos de pánico, miedo, ilusión, nerviosismo…pasaron a risas incontrolables…y
a gritos de "dale, daaale, más rápido ¡¡¡”. Al principio, y como buenamente
podía, la tranquilizaba cogiendo o tocando su mano en el manillar trasero y en
minutos miré hacia atrás y estaba pedaleando de pié (¿?¿?¿?); y con más estilo
que muchos ciclistas. Fue impresionante ¡¡¡ y yo que pensaba que poco me podía
sorprender ya de la bicicleta.
El momentazo me hizo recordar que alimenta el
alma de un ciclista, y que disfrute interior de paz y libertad nos otorgan las
2 ruedas, donde sea y en las condiciones que sea. Me temo que todos pedaleamos
con la misma ilusión que un niño, pero lo interiorizamos de una manera
instintiva. Creo que nos ponemos nerviosos en muchas circunstancias (un pelotón, un
abanico, haciendo la rueda dando relevos o yendo acoplados) y que gritaríamos descontroladamente en
otras (un descenso prolongado, una cima de un puerto mítico o una llegada a
meta). Pero jamás hubiera pensado que ver exteriorizar ese niñ@ que llevamos
todos dentro me dejara tan, tan, tan…no se, impactado y sorprendido.
He querido entender que la culpa de mi sentir la tiene el hecho que todo me recordó el niño que llevo dentro y por
sentir que lo que me hace feliz estaba haciendo muy feliz a la persona más
especial que ronda mi vida. Me sentía contento, cantaba, silbaba y reía por
tener la suerte de estar viviendo un acontecimiento imborrable en la memoria de
la niña que llevaba atrás. Y si a toooda la experiencia le sumamos miles de
detalles, miradas, gestos de cariño y conversaciones míticas; el tema rozó el
orgasmo cerebral y sentimental.
En
resumidas cuentas, y por acuñarlo de alguna manera, un ciclo-orgasmo que
marcará un antes y un después en la vida de al menos dos “niños”…ella y yo.